jueves, 9 de octubre de 2008

CAPÍTULO 9

Una vez el Ritonelo compareció ante el azor. Este animal puso al animal como camote. Lo despenalizó. Lo pipirepió. Aun cuando no había en las glándulas homónimas del Ritonelo nada que se le paresaza a la eternidad. El azor maestro mayor de la indiferencia pegole pristina patada en el laberíntico oyo para la cara empeñar. Ensuciar. Ensordecer. O enmudanciar el rostro. El animal recordó aquella lejana amnistía de poder y retornó a la vigilancia pancreácica. O a Croacia. O a Uzvekistán. Pegole nomás donde las moradoras solemnidades. Pegole donde un tranvía llama a deseo.

No hay comentarios: