miércoles, 1 de octubre de 2008

CAPÍTULO 7

Hay una concha olvidada en la perla del Ritonelo. El Ritonelo sabe que no hay por qué desesperarse; seguro está al caer la colmilluda dentellada. Se amortigua los talones. Acomoda despacito para no estorbar. No recuerda nada de lo que amonestara una poniente otolunar o mínima. Pispea. El animal reconoce que los pelos le salen de las ojeras y por eso es que no escucha nada. Nada de lo que escucha es producto de la vacilación. Todo es la misma voluntad rectilinea del Ritonelo por humanizar ese ocre papel edulcorado.

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